En Colombia, donde la realidad supera cualquier ficción, no sorprende que un personaje como Álvaro Leyva Durán continúe siendo protagonista activo de la vida política. Su reciente ataque a la operación en la que fue dado de baja alias Alfonso Cano, líder de las FARC, es apenas un capítulo más en la larga trayectoria de un hombre que ha dedicado su carrera a ser un aliado tácito (y muchas veces explícito) de esa guerrilla. Más preocupante aún es que su actual papel como canciller bajo el gobierno de Gustavo Petro ha reconfirmado su alineación con el castrochavismo y su disposición a socavar los intereses del país en nombre de una paz que nunca ha sido.
El abogado de las FARC, Leyva no es un novato en estos asuntos. Su cercanía con las FARC data de décadas atrás, cuando, en los años 80, fue pieza clave en los diálogos de paz que terminaron fracasando rotundamente, pero su amistad con el secretariado ha sido incólume y permanente. Desde entonces, su carrera ha estado marcada por su defensa constante de los intereses de la guerrilla, bajo el pretexto de buscar la reconciliación nacional. Leyva fungió como interlocutor privilegiado en escenarios donde las FARC encontraron en él un aliado útil para legitimar sus demandas, mientras seguían sembrando terror en el país.
En su papel como abogado, Leyva defendió no solo a guerrilleros, sino también sus narrativas. Su discurso, siempre ambiguo, lo posicionó como un facilitador de acuerdos que, en la práctica, favorecieron a los violentos y dejaron de lado a las víctimas. No sorprende entonces que ahora cuestione una operación legítima como la que dio de baja a Alfonso Cano, ignorando que esa acción fue un golpe estratégico contra un grupo que llevaba décadas asesinando y secuestrando a miles de colombianos.
Es claro que ha sido el peor canciller en el peor gobierno, la llegada de Leyva a la cancillería bajo el gobierno de Petro fue un mal presagio. Su gestión, lejos de enfocarse en defender los intereses de Colombia en el escenario internacional, se ha centrado en promover una agenda ideológica alineada con el castrochavismo. Bajo su liderazgo, la política exterior colombiana ha sufrido un retroceso alarmante: relaciones deterioradas con aliados estratégicos, una actitud complaciente hacia dictaduras como las de Venezuela y Nicaragua, y un abandono total de la defensa de los derechos humanos en países donde los regímenes opresores son amigos del gobierno.
La cancillería de Leyva no ha sido más que una extensión del discurso de Petro, donde los victimarios son convertidos en víctimas, y las instituciones democráticas, que han intentado contener el terrorismo, son vilipendiadas. En lugar de fortalecer la imagen de Colombia en el exterior, Leyva ha contribuido a hundirla, haciendo eco de narrativas que justifican la violencia y culpan al Estado de todos los males del país.
Los ataques recientemente a un expresidente no ha sido nada diferente a una hipocresía calculada; curiosamente, Leyva también ha arremetido contra Juan Manuel Santos, el expresidente que puso a los cabecillas de las FARC en el Congreso a cambio de un Nobel de Paz donde nunca hubo paz. Si bien las críticas a Santos son válidas por haber permitido que terroristas responsables de atrocidades inimaginables ocuparan curules sin pagar por sus crímenes, es irónico que estas provengan de Leyva, quien ha sido uno de los principales promotores de la narrativa que legitima a las FARC como actores políticos.
Este ataque no es más que una maniobra para desviar la atención de su propia responsabilidad en el desastre que representa el modelo de "paz total" que él y Petro promueven. Una paz que, como la de Santos, se construye sobre las espaldas y el dolor de las víctimas, mientras los criminales reciben premios y beneficios.
Esto no ha sido más que un legado de impunidad. El paso de Leyva por la cancillería pasará a la historia como uno de los periodos más oscuros de la política exterior colombiana. Pero su verdadero legado va más allá de su gestión actual. Es el rostro de un modelo que, desde hace décadas, ha premiado a los violentos y despreciado a los colombianos de bien.
En un país donde la justicia sigue siendo un lujo para las víctimas, personajes como Álvaro Leyva representan todo lo que está mal en el sistema. Su trayectoria al servicio de las FARC y su incapacidad para actuar en favor de los intereses de la nación son un recordatorio de que, en Colombia, los lobos disfrazados de corderos siguen ocupando los puestos de poder.
La resistencia es el camino Mientras Leyva y otros aliados del castrochavismo continúen en el poder, la responsabilidad recae en los ciudadanos y en las instituciones que aún defienden los valores democráticos. Colombia no puede permitirse seguir siendo gobernada por quienes han traicionado al país en nombre de una falsa paz. Es hora de recordar que la verdadera reconciliación se construye con justicia, no con impunidad.
Columna de Opinión
Silverio Jose Herrera Caraballo
Abogado, comunicador, asesor, consultor, analista e investigador en seguridad, convivencia ciudadana y orden público.
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