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LA ÚLTIMA PETROCHIMOLTRUFIADA

LA ÚLTIMA PETROCHIMOLTRUFIADA

En el arte de contradecirse a sĂ­ mismo, de decir una cosa y al renglĂłn siguiente desmentirse con la misma facilidad con la que uno respira, el presidente Gustavo Petro parece no tener competencia. Ya ni siquiera sorprende su capacidad para dar giros narrativos que rozan lo inverosĂ­mil. Esta semana sumĂł una nueva Petrochimoltrufiada a su ya larga colecciĂłn: segĂșn el mandatario, JesĂșs Santrich (sĂ­, el mismo que fue grabado negociando toneladas de cocaĂ­na) no estaba traficando estupefacientes, sino gestionando la impresiĂłn de 5.000 libros de poesĂ­a.


SĂ­, leyĂł usted bien: poesĂ­a. SegĂșn Petro, esas interceptaciones que durante años sirvieron como prueba fehaciente del involucramiento de Santrich en el narcotrĂĄfico fueron malinterpretadas. Que no era “perico” lo que movĂ­an, sino metĂĄforas. Que los carteles no eran de la droga sino de imprenta. Y lo dice con una seguridad tal, que uno pensarĂ­a que el problema no es la evidencia, sino nuestra falta de sensibilidad literaria.


Pero esta no es su Ășnica perla reciente. En un evento con la secretaria de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, Noelle E. Coker, Petro sorprendiĂł al decir que los miembros del Tren de Aragua —una de las bandas criminales mĂĄs violentas del continente— no son delincuentes, sino “jĂłvenes marginados por la sociedad, carentes de afecto y cariño”. Como si la soluciĂłn a los secuestros, asesinatos, trata de personas y extorsiones fuera una ronda de abrazos colectivos.


Resulta cada vez más evidente que el presidente vive en una especie de realidad alterna, en la que los criminales son poetas incomprendidos y las bandas armadas, víctimas de la falta de amor maternal. Mientras tanto, el país real se desangra. Los índices de violencia no bajan, la extorsión es pan de cada día en las regiones, y los grupos armados —lejos de deponer sus armas— se fortalecen con cada prebenda que les ofrece el Estado en nombre de una “paz total” que no pasa de ser un eslogan vacío.


El discurso oficial raya en el surrealismo, pero lo que verdaderamente indigna es el daño que estas declaraciones causan. No solo desmoralizan a las Fuerzas Armadas y a la PolicĂ­a —que han puesto muertos y heridos combatiendo al crimen—, sino que tambiĂ©n ridiculizan al paĂ­s frente a la comunidad internacional. ÂżQuĂ© mensaje se envĂ­a cuando el presidente de la naciĂłn justifica a una organizaciĂłn criminal como el Tren de Aragua? ÂżQuĂ© credibilidad tenemos si, de la noche a la mañana, el trĂĄfico de cocaĂ­na se convierte en distribuciĂłn de poesĂ­a guerrillera?


Petro podrĂĄ seguir construyendo sus ficciones, pero la realidad se impone. Los audios de Santrich estĂĄn ahĂ­, asĂ­ como los informes de inteligencia sobre el Tren de Aragua. Los delitos no desaparecen con discursos ni con retĂłrica de redenciĂłn. Colombia necesita un lĂ­der que asuma su rol con seriedad, que deje de ver a los criminales como vĂ­ctimas y a las vĂ­ctimas como obstĂĄculos para su narrativa ideolĂłgica.


Estamos ante un gobierno que parece gobernar desde el delirio, mĂĄs preocupado por reescribir la historia que por enfrentar la tragedia que vive el paĂ­s. Cada vez que el presidente abre la boca para defender a un criminal, pierde un poco mĂĄs de autoridad moral. Y cada vez que intenta justificar lo injustificable, se aleja un paso mĂĄs de la responsabilidad que implica gobernar con sensatez.


Al final, puede que Petro no pase a la historia como el presidente del cambio, ni como el de la paz, sino como el de las petrochimoltrufiadas: frases contradictorias, absurdas, peligrosamente cómicas
 pero, sobre todo, trágicamente reales.


Columna de OpiniĂłn

Silverio Jose Herrera Caraballo

Abogado, comunicador, asesor, consultor, analista e investigador en seguridad, convivencia ciudadana y orden pĂșblico.

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