CRÓNICA LA GLORIA Y LA TRAICIÓN DEL GRAN ALMIRANTE JOSÉ PADILLA LÓPEZ.
- Silverio Jose Herrera Caraballo
- 2 oct
- 3 Min. de lectura

El 2 de octubre de 1828, hoy hace 197 años, en la Plaza de Bolívar de Bogotá, la historia de Colombia escribió una de sus páginas más oscuras. Aquel día, el fusil apagó la vida del almirante José Padilla López, héroe indiscutible de la independencia americana y vencedor en la Batalla Naval del Lago de Maracaibo. Murió a los 44 años, acusado sin pruebas, condenado sin un juicio justo y despojado de sus honores, pero con la voz firme que se negó a silenciarse: «¡Viva la República! ¡Viva la libertad!». Ese grito todavía resuena como una herida abierta en la memoria de la nación.
Padilla había nacido en Camarones muy cerca de Riohacha en 1784, hijo de un humilde carpintero de barcos y de una mujer wayuu. Su origen, marcado por la herencia indígena y afrodescendiente, no fue impedimento para forjarse en el mar desde niño. De adolescente se enroló en la Real Armada Española y combatió en Trafalgar, donde aprendió el rigor de la disciplina naval y la dureza de las batallas oceánicas. Sin embargo, su destino no era servir a la Corona, sino luchar por la libertad de su tierra.
En 1811 se unió a las fuerzas patriotas en Cartagena de Indias, participando en la defensa de la ciudad y en múltiples acciones militares que forjaron su prestigio. Durante más de una década, Padilla encabezó gestas navales decisivas en el Caribe y en los ríos de la Nueva Granada, demostrando su talento estratégico y su liderazgo indiscutible.
El punto culminante de su gloria llegó el 24 de julio de 1823. Ese día, en las aguas del Lago de Maracaibo, la escuadra republicana que comandaba derrotó de manera contundente a la poderosa armada española. Fue una batalla que selló la independencia de Colombia, debilitó definitivamente el poder marítimo de la Corona y abrió el camino para la consolidación de la libertad en América. Sin Padilla y su victoria, el proyecto libertador de Simón Bolívar habría quedado incompleto. Su triunfo no fue solo colombiano: fue americano.
Pero la gloria suele traer consigo envidias. El prestigio alcanzado por Padilla despertó recelos entre otros oficiales y figuras políticas, especialmente en el general Mariano Montilla. Aquel roce de rivalidades se convirtió en una sombra que lo acompañó hasta su final. Tras la Conspiración Septembrina de 1828, cuando un grupo intentó asesinar a Bolívar en Bogotá, Padilla fue injustamente señalado como conspirador. Sin pruebas sólidas, se le acusó, se le condenó y se le llevó al cadalso.
Aquel 2 de octubre, su ejecución fue más que una sentencia: fue una traición al propio espíritu de la independencia. Fusilado y posteriormente colgado de la horca, su cuerpo fue vejado como ejemplo para quienes osaran desafiar la autoridad. Sin embargo, la infamia no logró apagar su nombre. El pueblo, consciente de la injusticia, lo convirtió en símbolo de resistencia y dignidad.
Con el paso del tiempo, la verdad encontró su camino. En 1832, apenas cuatro años después de su muerte, la Convención de la Nueva Granada rehabilitó su memoria. En 1978, mediante la Ley 17, se exaltó oficialmente su obra. Y en 2023, la Ley 2334 le confirió el grado póstumo de Gran Almirante de la República, reivindicando también a los pueblos afrocolombianos e indígenas que representaba con orgullo. Fue un acto tardío, pero necesario, para reconocer que la libertad de América se escribió también con la sangre y el coraje de hombres como él.
La vida y la muerte de Padilla son un espejo de Colombia. Su ascenso desde la humildad, su valentía en el mar y su victoria en Maracaibo muestran la grandeza posible cuando la nación se une por un objetivo común. Pero su final injusto, marcado por las intrigas, las traiciones y la manipulación política, recuerda que la historia del país muchas veces parece repetirse. La grandeza se celebra, pero la envidia y la desconfianza la amenazan.
Hoy, casi dos siglos después, recordar a José Padilla no es solo evocar un nombre en los libros escolares. Es reflexionar sobre lo que significa la justicia, la lealtad y el compromiso con la patria. Su legado no está en las medallas ni en los títulos, sino en la enseñanza de que la libertad y la soberanía no son concesiones: son conquistas que se defienden con visión, disciplina y valor.
En la Plaza de Bolívar, donde cayó aquel día, su sombra todavía parece alzarse contra la injusticia. Y en las aguas del Lago de Maracaibo, la victoria que le dio a América sigue ondeando como bandera de independencia.
¡Honor y gloria eternos al Gran Almirante José Padilla López, héroe naval de Colombia y libertador de América!
Comentarios