GENERAL DE GRAN VALÍA ¿SACRIFICADO POR CAPRICHO POLÍTICO O PAGANDO UN FAVOR A LOS "NARCOBANDIDOS"?
- Silverio Jose Herrera Caraballo
- 18 sept
- 3 Min. de lectura

En Colombia, el absurdo se ha convertido en norma. Lo que sería impensable en cualquier democracia seria del mundo, aquí se normaliza como parte de la vida nacional. Hoy el país presencia, con indignación, el retiro del Mayor General Hernando Garzón Rey, un oficial de carrera intachable, primer puesto de la Escuela Militar y con más de 30 años de servicio ejemplar al Ejército Nacional. Un soldado que dedicó su vida a combatir a los bandidos que desangran al país, pero que hoy es víctima de la persecución política de un presidente que se ufana de llamarse “comandante en jefe”, mientras pone de rodillas a las Fuerzas Militares.
El caso de Garzón Rey es revelador. No existe denuncia en su contra, ni fallo judicial, ni siquiera un cuestionamiento administrativo sólido que justifique su salida. Lo único que hay es el capricho del presidente intergaláctico, que decidió exponerlo en redes sociales, dañando su honra y lanzándolo a la hoguera mediática como si fuera un criminal. La táctica no es casual: se trata de minar la moral de la tropa, desacreditar a los hombres de uniforme y enviar un mensaje inequívoco de que en Colombia los buenos son perseguidos mientras los violentos son exaltados.
Resulta ofensivo para el país que el presidente se atreva a sacrificar a un general con impecable hoja de vida, mientras otorga espacios de poder y privilegio a quienes tienen un prontuario criminal. Los casos son innumerables: personajes como Carlos Ramón González, señalado por sus vínculos turbios, y César Manrique Soacha, con actuaciones ilegales probadas, son protegidos, premiados e incluso respaldados en la búsqueda de asilos en países amigos de la órbita socialista. Es la inversión perversa de valores que se ha instalado en el actual gobierno: al que sirve con honor se le humilla, y al que delinque se le recompensa.
El retiro del General Garzón Rey no solo es un golpe personal contra un hombre de gran valía, es un ataque institucional. La moral de los militares y policías queda fracturada cuando ven cómo a sus mejores hombres los despojan de su uniforme por decisiones políticas disfrazadas de “depuración”. La lección es clara: el mérito no importa, la hoja de vida no pesa; lo que define la permanencia es el grado de sometimiento a la agenda ideológica del gobierno.
“Cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar”, dice el refrán popular. Y es justamente la sensación que hoy invade a los miembros de la Fuerza Pública: cualquiera puede ser el próximo. El oficial que se atreva a levantar la voz, a cuestionar o simplemente a no plegarse con docilidad sabe que su carrera puede terminar en un tuit presidencial o en una declaración infame en la plaza pública.
Lo más grave de todo es que, mientras destruye la institucionalidad castrense, el presidente Petro continúa afianzando alianzas con quienes por años atentaron contra ella. Los mismos grupos armados que el General Garzón Rey combatió son hoy interlocutores privilegiados en las mesas de diálogo; los mismos que sembraron el terror en los campos ahora son llamados “gestores de paz”. Y mientras tanto, los soldados y policías que pusieron los muertos y defendieron la patria ven cómo sus comandantes son humillados y apartados de sus cargos de un plumazo.
Colombia no merece este nivel de degradación institucional. Un presidente que debería garantizar la moral y la cohesión de sus Fuerzas Armadas ha decidido convertirlas en objeto de persecución y manipulación ideológica. El retiro de Garzón Rey es un campanazo de alerta: no se trata solo de un hombre, sino del símbolo de lo que está en juego.
Este es, sin lugar a dudas, un gobierno de bandidos que se pasea con cinismo en medio de su propia contradicción: corta la cabeza de un general laureado, mientras entrega prebendas a los mismos criminales que aquel combatió durante tres décadas. La pregunta es obligada: ¿a quién le está haciendo la tarea el presidente? Porque claramente no es al país ni a la democracia.
Columna de Opinión
SILVERIO HERRERA C
LA REACCIÓN PRENSA








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